Mientras que para Santos, su principal foco de atención y tema general de su campaña está centrada en la seguridad, para Mockus el problema principal y en el cual debemos colocar nuestra mayor atención es otro y bien diferente. Entender este cambio en un discurso que lleva más de 7 años bombardeándonos de todas las formas posibles y que poco a poco ha configurado una forma de pensar en los colombianos es fundamental para saber lo que está en juego y poder tomar una decisión este 20 de julio.
Para Mockus el principal problema de este país es, palabras más, palabras menos la corrupción. Es allí donde los colombianos y nuestras instituciones debemos colocar toda nuestra atención, es este el gran reto y abordarlo conlleva otras tantas cosas de lo que está ligado. ¿Y por qué ese es el problema? Pues es bastante sencillo de explicar y ejemplos tenemos por montones.
Lo primero que debemos explicar es que tradicionalmente el estado y el poder representan para la gran mayoría de los políticos de nuestro país una torta de la que cada quien se quiere llevar un gran pedazo, un botín que repartir, y no la posibilidad para el desarrollo de la nación, de sus habitantes, de sus necesidades. Lo triste es que a la mayoría de las personas les puede sonar que sea obvio que esto sea así, pero no tiene porque serlo y es necesario que esto cambie.
Este es el primer punto de partida. Para Mockus, Fajardo y su equipo, el estado tiene que dejar de ser un botín que se obtiene por medio de conseguir votos a cualquier precio y sus funcionarios e instituciones deben garantizar que cada peso que se recibe de los ciudadanos sea invertido en su desarrollo. Cuando ambos dicen en sus discursos que los recursos públicos son sagrados no es sólo una frase de campaña, es un propósito de gobierno.
Pero la corrupción, es también la relación del estado con la delincuencia, con los grupos armados ilegales y con quienes han utilizado la fuerza y la muerte como mecanismo para obtener el poder. Tal vez esta es la peor de todas las formas corruptas. Es tan vergonzoso el nivel de nuestra corrupción que cerca de 80 congresistas se encuentran en la cárcel por pertenecer o estar aliados con grupos de paramilitares. ¿En qué país del mundo puede ocurrir esto? Es algo casi dantesco o demencial. ¿Cuántas relaciones fraudulentas, ilegales, violentas y de muerte se han construido a partir de allí? ¿Acaso el interés de estos siniestros personajes era el de construir un mejor país? ¿Cuánta vergüenza e impotencia han tenido que soportar las víctimas de estos personajes, al verlos revestidos de poder y tan cercanos a sus más importantes instituciones y líderes políticos?
Claro que ésta es nuestra principal vergüenza e injusticia. Claro que esto es nuestro principal problema. Claro que esto tiene que cambiar. Claro que los delincuentes deben ser perseguidos por el estado y no ser parte de él como actualmente ocurre. Claro que “no todo vale” para obtener el poder.
La corrupción también se presenta en la forma como los líderes y más altos políticos ejercen sus funciones, las transacciones que realizan y la forma como logran respaldo de las mayorías y el control de la oposición. Y este es otro grave fenómeno de corrupción que también se ha considerado “normal” y de “esperarse”. Cuando el gobierno busca el respaldo del congreso a las leyes que propone no desde el convencimiento y desde la fuerza de los argumentos, sino desde la repartición de puestos burocráticos y la compra de conciencias. Con estas prácticas mina con una carga de dinamita a la democracia colombiana y a sus instituciones. Claro es el caso de la famosa Yidis Política, donde se demostró que el gobierno ofreció notarias, puestos en instituciones regionales y en cargos diplomáticos a quienes inicialmente no estaban de acuerdo con ella. La justicia sentenció que se había presentado el delito de cohecho (es decir de dos que se unieron para delinquir), pero sólo castigó a una de las partes. A la otra no. Los funcionarios del gobierno fueron absueltos.
Pero estos apoyos y búsqueda de respaldos ilegales no se han presentado sólo con el congreso, también los grupos armados han sido objeto de ellos. Por la puerta de atrás, el gobierno se ha reunido con los jefes de grupos paramilitares como el caso de Job, ha recibido en campaña el respaldo de la mayoría de los senadores que están presos por parapolítica y ha nombrado en sus organismos representantes de estos mismos grupos, como ha ocurrido con el DAS. Allí mismo se materializó una persecución ilegal contra lo Corte Suprema de Justicia, contra periodistas y contra los políticos y civiles que no respaldaban las políticas del actual gobierno. Todo esto es corrupción. Actualmente muchos de estos mismos políticos o sus herederos respaldan la candidatura de Santo y el Partido PIN (donde están los principales involucrados con la parapolítica del país) dijo hace poco que acordaron dar respaldo a “uno de los candidatos del gobierno”, pero que no darían a conocer su nombre.
Esto es la corrupción de la que nos habla Mockus, de construir un estado de la legalidad, de la transparencia. Y esto no da espera, pues mientras el gobierno y sus medios aliados nos siguen distrayendo con el embeleco de Chávez y la amenaza de la guerrilla, estos sujetos se roban al país, destruyen sus instituciones y cometen toda clase de atropellos y delitos.
Esto es lo que está en juego y esta es la gran diferencia entre la que propone Antanas Mockus y lo que quiere Santos que siga siendo el país.
Una aclaración final para quienes aún sienten miedo por las “grandes amenazas que tiene Colombia” y de la que algunos medios han hecho comidilla diaria. Primero: no existe una posibilidad real de que alguna vez haya una guerra entre Colombia y Venezuela. Segundo: cerca del 90% de los muertos, desapariciones, desplazamientos y demás delitos en Colombia son por cuenta de la mafia, del narcotráfico y de la delincuencia común. Aunque la guerrilla es un gran problema, la violencia que vivimos es generada en su gran mayoría por las mafias. Vale la pena preguntarse porque nos han hecho creer lo contrario.